Juguemos a jugar.
Vamos a jugar a que tú dejas de tiranizarme.
Empecemos.
Se requiere mucho respeto hacia tu opositor y consciencia de los propios actos. Consiste en saber que lo que tienes entre manos son sentimientos y en tratarlos como tales. Quizá te ayudaría saber que tu contrincante es de cristal, pero a ti no te importa eso. Te dedicas a golpear su frágil estructura con polvo. Polvo que un día fueron palabras. Palabras que a su vez fueron promesas. Debajo del vidrio se intuye un corazón, pero ¿a ti qué más te da? Estás en la edad en la que nada importa.
Vuelves a romper a tu antagonista. Le resulta doloroso querer fundirse con unas manos que burlan su fragilidad una y mil veces... Te confundiste, él no es un habitante más del reino de la pompa de chicle. Todavía siente y padece.
Me voy de ti... ahora sí que sí, a lamerme las heridas debajo de un árbol, a la luz del lorenzo mientras me estalla la cabeza y blasfemo contra un mundo borracho de indiferencia hiriente.
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Y esto no viene a cuento pero lo he encontrado por casualidad y estoy completamente de acuerdo. Como me voy a olvidar, lo pongo aquí para revisitarlo, extenderlo, releerlo y reafirmarme.
Mr. Dostoievski dice:
"Me es imposible la vida como no pueda tiranizar a alguien... amar, para mí, es sinónimo de tiranizar y dominar moralmente. En toda mi vida no he podido representarme de otro modo el amor, y hasta he llegado a pensar alguna vez que el amor consiste en el derecho reconocido por el objeto amado a que lo tiranicen."
Por supuesto que no te amo, niñato.